
El caso es que a mi padre le basta con que le diga "te doy mi palabra" para que él tenga la certeza de que yo creo cierto lo que estoy diciendo, o que el hecho que le estoy contando sucedió como digo. Y creo que esta educación es el origen de mi perplejidad actual.
No solamente los políticos tienen permiso de la ciudadanía para mentir. Los hombres de Estado las usan como herramienta, como cuestionaba Hannah Arendt en Verdad y Política. Y hoy en día la cosa va más allá. Resulta que un niño jura ante la Biblia en un Tribunal y lo "normal" es que no creas al niño. Hablo del asunto tan feo de los abusos supuestos, afirmados, retirados, retractados... de Michael Jackson a un niño. Es que ahora con 26, el entonces niño hoy joven, se retracta, confiesa y se arrepiente. ¿Y por qué no lo hizo hace seis meses para que el cantante disfrutara de la rectificación? Dudas... quién puede fiarse de la palabra de ninguno de los dos, incluso con un juramento por medio. Y, sobre todo, y para centrarme en el tema que señalo, qué dice eso de nuestra sociedad.
El maquillaje de estadísticas, las propuestas que se sabe que nunca se llegarán a realizar (como la reforma del sistema de autonomías, que un diputado me aseguró que se había propuesto con la idea de que la crisis, el verano, los impuestos, y todas las demás cosas hicieran olvidar la promesa hecha a los ciudadanos)... son moneda de pago que la gente de a pié vemos pasar como quien mira por la ventana del tren y ve los árboles pasar. Con indiferencia.
Y aún podemos estirar más la reflexión. Resulta que la Constitución, la ley de leyes, la meta-norma, la que sustenta el pacto de nuestras sociedades democráticas, logro del que nos sentimos tan orgullosos, es un conjunto de letras agrupadas de manera que se formen frases con sentido pero que no tienen un correlato con la realidad, ni se pretende seriamente cumplir. En España la cosa es algo sofisticada, porque tenemos un Tribunal Constitucional, y otras instituciones que aportan una apariencia de complejidad que confunde. Parece que va en serio, pero no.
Por eso es bueno analizar con cierta frialdad lo que sucede en Honduras. Resulta que hay una Constitución que prohibe ser cambiada en ningún caso, no permite reformar la ley sucesoria, ni que detengan antes de las seis de la mañana (eso es respetar el sueño), etc. Supongamos que estamos de acuerdo con que es una Constitución demasiado rígida. ¿Es motivo para saltarse a la torera esa Constitución no por clamor popular sino porque un presidente quiere ser Chávez el Vitalicio? Y una vez que el Tribunal Supremo (supremo... no hay instancia judicial más alta) sentencia que esa propuesta del Presidente es ilegal, cuando el Presidente se la juega e incumple el mandato Constitucional y el judicial... ¿es legítimo detenerle saltándose la Constitución que se pretende defender? Si no fuera tan terrible parecería un guión de Groucho.
Las Constituciones ya no son lo que eran, no se respetan. Se utilizan para seguir medrando, para permanecer en el poder, para echarle culpas al partido que te hace sombra, para meterle el dedo en el ojo a quien te toca las narices... pero de meta-norma y base del consenso (a la Buchanan-Tullock) nada de nada.
Lo mismo se puede decir de la democracia, ¿qué valor tiene esa palabra después del uso que hacen de ella tiranos como Chávez, Castro, Ahmadineyad+Moussavi, y tantos otros? ¿qué sentido tiene ser demócrata-de-toda-la-vida con el significado tan ridículo que tiene hoy en día en el ámbito internacional?. Ya solamente queda el significado particular que cada cual quiera darle a su "sueño": liberación, fin de la dictadura, paz social... ¡vaya usted a saber! Pero, en realidad, es una palabra vacía.
¿Dónde queda el valor de la palabra? Para mí, es una de las cosas que hace a una persona más valiosa frente a otra. No es mi culpa, es todo culpa del extraterrestre de mi padre. Como todo lo demás ; )